10/04/2025
Los incendios forestales ya no son una amenaza estacional ni un fenómeno lejano: son parte del paisaje urbano actual. Las ciudades que no se preparen para convivir con el humo, el calor y la pérdida de entornos naturales, quedarán atrapadas en una vulnerabilidad crónica.
El humo ya no es noticia de verano. Este año, miles de hectáreas fueron arrasadas en Chile, el sur de Argentina, California y Canadá, pero también se encendieron alertas en zonas inesperadas como Escandinavia y los Balcanes. Lo que antes era una excepción, hoy es una realidad cada vez más frecuente: los incendios forestales están cambiando la forma en que habitamos, planificamos y respiramos nuestras ciudades.
¿Cómo se adapta una ciudad al fuego?
La mayoría de nuestras urbes crecieron sin considerar la amenaza directa del fuego. Las urbanizaciones avanzaron sobre el borde de áreas naturales, sin planificación adecuada ni cortafuegos estratégicos. En muchos casos, las ciudades están literalmente rodeadas de combustible vegetal, sin protocolos, sin equipamiento, sin conciencia colectiva.
Los incendios ya no sólo arrasan bosques: interrumpen rutas, colapsan servicios de salud, obligan a evacuar barrios enteros y generan enfermedades respiratorias, incluso a cientos de kilómetros del foco. A eso se le suma el factor más invisible pero igual de letal: el humo fino (PM2.5), capaz de penetrar profundamente en los pulmones y provocar consecuencias a largo plazo.
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La interfaz urbano-rural: una zona gris, cada vez más roja
Uno de los puntos más críticos es la llamada "interfaz urbano-rural", ese borde donde la ciudad se encuentra con la naturaleza. Es ahí donde los incendios encuentran mayor potencia destructiva. Calles sin salida, casas con vegetación inflamable, falta de hidrantes, calles estrechas que dificultan el ingreso de bomberos... todo suma.
¿Qué debería hacer una ciudad hoy para prepararse para esta realidad?
Un nuevo pacto urbano con la naturaleza
Es hora de dejar de ver la naturaleza como un telón de fondo estético. Es urgente asumirla como un sistema vivo, con dinámicas propias, que puede volverse hostil si se lo empuja al límite.
Algunas ciudades ya están tomando nota. Melbourne incorporó un sistema de monitoreo de vegetación en tiempo real. Medellín desarrolló un anillo verde que actúa como cortafuegos natural. Santiago de Chile impulsa normativas para limitar el crecimiento urbano en zonas de alta pendiente.
Pero aún queda mucho por hacer.
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Del humo a la acción
En este nuevo paisaje urbano, el humo es tanto una señal como una advertencia. Nos está diciendo que el modo en que habitamos el territorio tiene consecuencias directas en nuestra salud, seguridad y calidad de vida.
El cambio climático no es un pronóstico: ya está en nuestras calles. Por eso, la planificación urbana que no contemple los incendios como una amenaza real y permanente, es una planificación incompleta.
La ciudad después del humo no debe ser una ciudad asfixiada. Debe ser una ciudad que aprendió, que se adaptó y que protege a su gente incluso en medio del fuego.
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29/03/2025